Transiciones||Víctor Alejandro Espinoza
El malo y el bueno
Joseph Robinette Biden Jr., mejor conocido como Joe Biden, asumirá el cargo este miércoles 20, convirtiéndose en el presidente de los Estados Unidos número 46. Nacido en Scranton, Pensilvania el 20 de noviembre de 1942, a sus 78 años, se convertirá en el presidente de mayor edad en arribar a la Casa Blanca. Además, será el segundo presidente católico en la historia de Estados Unidos. El primero fue John F. Kennedy en 1960.
Nunca antes un presidente estadounidense había asumido el cargo en medio de tantas medidas de seguridad. Prácticamente la capital de Estados Unidos, Washington D.C., se encuentra en Estado de sitio. De ese tamaño es el temor a los desmanes por parte de los partidarios del presidente saliente Donald Trump. Sobre todo, después de lo acontecido el miércoles 6 de enero cuando grupos afines asaltaron el Capitolio. El sistema político de nuestros vecinos padece una severa crisis; el método de elección indirecto, a través de un Colegio Electoral, es obsoleto y deberá dar paso a un sistema que garantice que quien obtenga el voto popular resulta el ganador de la contienda presidencial.
En una lectura facilona, muchos comentaristas y académicos mexicanos han impulsado la idea de que Trump es el “malo” y el único responsable de esta película de horror que viven en Estados Unidos. Y frente al malvado, se alza el “bueno”; Joe Biden llega para salvar al mundo, obvio sobre todo a los mexicanos con medidas que permitan una relación “como nunca antes”. Una auténtica película de amor y reconciliación.
La narrativa acerca de la relación bilateral no puede entenderse sin una estrategia a “dos bandas”. Tanto la que se recreó en estos últimos cuatro años, como la que se ha venido gestando para el arranque del gobierno de Joe Biden. Golpear al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al denostar a Donald Trump. En ese discurso simplista, lo que machaconamente ha tratado de hacer esa cosa amorfa que llamamos “oposición”, es hacer creer que Trump y AMLO “son lo mismo”.
Esta estrategia de comunicación política inició el mismo día que tomó posesión AMLO en diciembre de 2018. Para ese entonces Trump llevaba dos años en el gobierno. La exigencia de la oposición mexicana era que AMLO se enfrentara a Trump y que no construyera una relación “subordinada”. Que le exigiera y presionara para que tomara medidas de política internacional que beneficiaran a México, entre otros temas, relacionados con asuntos de seguridad, comerciales y migratorios. Esta lógica era ingenua, para decir lo menos. La relación entre México y Estados Unidos ha sido asimétrica. Esto quiere decir que es desigual y que ellos tienen la “sarten por el mango”. Mantener una posición rijosa para satisfacer nuestros ánimos “antimperialistas”, con un presidente como Donald Trump en la Casa Blanca, era suicida. La crisis de los aranceles a principios de junio de 2019 es una clara prueba de lo que estaba dispuesto a hacer el vecino.
A partir de ahí, la oposición desmemoriada encontró otro asidero para descalificar a AMLO. Tanto él como Trump se llevaban tan bien porque eran “populistas”. Sin definir nunca lo que entienden por el concepto, lo convirtieron en una mala palabra, una suerte de concepto “saco” donde todo cabe, siempre y cuando sean defectos. Una definición en negativo. He escuchado a sesudos académicos diciendo verdaderas tonterías y nada que ver con los regímenes originales de América Latina a quienes se les aplicó el concepto de manera positiva: los gobiernos de Lázaro Cárdenas en México, Getúlio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina.
La narrativa de hoy es que AMLO ofendió a Biden al tener una buena relación con el maloso de Trump y por eso nos va a ir muy mal los próximos cuatro años. No se si sea solo mala fe o una profunda ignorancia. Joe Biden es un político conservador con diferencias con Trump sobre todo en los modos y en las formas de hacer política. Pero defenderá los intereses de Estados Unidos por encima de la amistad o enemistad con algún presidente. Hará e impulsará lo que le convenga a su país y a los estadounidenses, incluyendo la posibilidad de una reforma migratoria que legalice el estatus de los indocumentados que ya se encuentra en su territorio; nunca abrirá las fronteras para nuevos inmigrantes. Espero equivocarme y Biden sí sea un superhéroe al estilo de alguna película taquillera de Hollywood.