Transiciones|| Víctor Alejandro Espinoza
Lugares comunes
Los comentarios de jugadores y entrenadores de futbol son un ejemplo de cómo decir siempre lo mismo, aunque enfrenten a rivales y circunstancias distintas: “Vamos a salir a proponer”, “a meter un gol tempranero para manejar el partido”, “el rival es bueno, pero venimos mentalizados”, “ha sido una temporada difícil”, “no nos respetan las lesiones”, “nos ganaron las espaldas”.
Ciudadanos, candidatos y partidos políticos también nos remiten a lugares comunes que han venido limitando el lenguaje político y conducido al empobrecimiento del debate público. No sólo se trata de frases y dichos repetitivos, sino ideas que escucharon en algún medio de comunicación y que les parece que con ello explican los problemas y brindan soluciones. Veamos algunos de esto lugares comunes preferidos por nuestra “clase ciudadana”.
“No soy político(a), soy ciudadano(a)”, repiten sin parar muchos de los candidatos a cargos públicos de representación. Este quizás es el lugar común preferido. Han hecho de la antinomia: político-ciudadano la muletilla más recurrente. Se parte de la creencia de que la “política” es un oficio de corruptos, transas, gente sin escrúpulos. Por extensión, la “política” es sucia, corrupta, nadie actúa por convicciones, es el reino del interés y la usura. Es la zona gris de nuestra sociedad, donde se hacen todas las transas que tanto dañan al país.
Obvio, la conclusión es que lo mejor de la sociedad está representado por los ciudadanos intachables y buenos. Son los ciudadanos receptores de todas las virtudes, por el sólo hecho de no ser políticos. El silogismo está resuelto: “Todos los políticos son malos; los ciudadanos son buenos; yo soy ciudadano”.
La semana pasada escuché a una candidata decir que: “Los políticos no deberían existir”. Seguramente su conclusión era que sin políticos los gobiernos serían el reino de los ciudadanos, claro, buenos y honestos como ella. Lo que preocupa es que no sólo han reducido el concepto de política a prácticas demagógicas y transas, sino que son incapaces de reflexionar en torno a los asuntos públicos y la necesidad de elaborar políticas públicas. Todo es cuestión de buena voluntad.
En la entrevista a la candidata, otro de los momentos culminantes fue cuando el periodista le preguntó acerca de los libros de política que había leído. Sin siquiera sonrojarse dijo: “No he leído ninguno”; aunque claro, quiere ser gobernadora. Para ella, era irrelevante la formación en cuestiones públicas. Vamos, me imagino que ni idea tiene de que hay una disciplina antigua como la Ciencia Política. Para ella lo importante era haber leído libros sobre “metafísica”.
Para que prive esta visión tan distorsionada de la vida pública, contribuye mucho el hecho particular de lo que ha sucedido con los partidos políticos. El lugar común es que “todos los partidos políticos son iguales”. Es muy probable que este lugar común sea producto de una doble situación: por un lado, se perdieron los referentes identitarios de los mismos. El único objetivo es ganar elecciones y por ello difuminaron su ideología; cualquiera se pasa de un partido a otro sin problema. Y, en segundo lugar, los métodos antidemocráticos de selección de candidatos que son la regla. La abrumadora mayoría son candidatos por designación de la dirigencia o de quienes controlan el partido. El resultado: “Todos son lo mismo”.
La idea generalizada es que cualquiera puede gobernar, baste con ser bien intencionado, ser ciudadano y no estar “contaminado” por los políticos. Lo paradójico es que muchos de ellos son viejos políticos reciclados en “independientes”. Un claro ejemplo es Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, mejor conocido como El Bronco, quien después de militar por más de 30 años en el PRI se presentó a la candidatura a gobernador de Nuevo León como candidato independiente, ciudadano, y ganó. Sí, la ciudadanía parece ser la nueva religión: no importa la trayectoria, la formación profesional y política: basta con ser ciudadano bien intencionado y trabajador. No importa que desconozcas las causas de los problemas o de la gestión pública. Lo único es que tengas actitud positiva, que seas producto de la “cultura del esfuerzo”. Lo demás es “echarle ganas” y “buena vibra”, si sale algo mal, pues será “culpa del destino” y ahí ya no se puede hacer nada.