Los intelectuales han jugado un papel central en la socialización de ideas que son adoptadas por importantes sectores de la sociedad. Tradicionalmente se ha considerado que al aparecer en la prensa escrita o en los medios electrónicos de comunicación, las opiniones de dichos personajes son objetivas. Muchos de estos aspirantes al reconocimiento social prefirieron la radio o la televisión por su gran capacidad de penetración social. Sin embargo, la aparición de la Internet generó la posibilidad de llegar a un público más amplio.
Como en otros países, en México durante la última década surgió una verdadera casta que más que intelectuales se convirtieron en comentócratas, que son seguidos en redes sociales, pero también son contratados por los diferentes medios de comunicación. Acuden a desayunos empresariales o ante quienes los contraten, no por su obra, sino por ser conocidos por la auto publicidad que los distingue y los medios en los que participan. Lo interesante no es que son contratados con tarifas altas (allá quien paga por escucharlos), sino que son capaces de opinar sobre cualquier tema, lo conozcan o no. Pero no sólo se atreven a hablar de ciertos temas, sino de diversas disciplinas. Para decirlo en términos llanos, se trata de verdaderos charlatanes.
Por ejemplo, a mi me parece que no sería ético que en mi columna me atreviera a opinar de temas médicos y que hasta me atreviera a proponer tratamientos para tratar algunas enfermedades. Claro que puedo decir que “determinado especialista dijo x cosa sobre una enfermedad y su tratamiento”. O también, no me atrevería a proponer una solución a un problema de resistencia estructural, por ejemplo de un puente. No tengo los conocimientos básicos para hacerlo.
Hay principios éticos que nuestros comentócratas están violando. Faltan a la verdad un día sí y otro también y además opinan sobre lo que no saben. Las anteriores reflexiones, sobre la ausencia de ética de ciertos personajes, me surgieron al leer el artículo de Enrique Krauze “El deber de Casandra”, publicado en el periódico Reforma el 30 de noviembre pasado y que divulgó esta semana la revista Letras Libres. Se autocita de un texto que publicó en el New York Times y que tituló “The End of Mexican Democracy?” y sostiene que de haberlo escrito hoy se vería tentado a quitar el signo de interrogación. Para él, como para muchos villamelones de la Ciencia Política, estamos al borde del fin de la democracia mexicana. El culpable se llama Andrés Manuel López Obrador.
El ingeniero Krauze, vendedor de libros, empresario de proyectos editoriales y gurú intelectual de incautos, ignora lo que implica el término democracia. Por eso se inventó aquel concepto con el que tituló un libro publicado por Joaquín Mortiz en 1986: “Por una democracia sin adjetivos”. Para él, la democracia se reduce al acto de votar. Con ser parte fundamental, la democracia no es simplemente un procedimiento. Por eso afirma, que la democracia entrará en fase final si: “el gobierno persiste en acosar a la prensa independiente, difamar a los críticos, y debilitar hasta doblegar al Instituto Nacional Electoral, nuestra democracia entrará en proceso de demolición. Habrá que resistir ese atropello histórico. Y, de ser necesario reconstruir la democracia desde los cimientos”. Con lo único que estoy de acuerdo es con su referencia al INE; pero resulta muy cuestionable que crea que la democracia gira en torno a los opositores y sus medios. Reitero, me llama la atención lo que pone como acecho a la democracia: “acosar a la prensa independiente y difamar a los críticos”. ¿Realmente se siente “acosado”? ¿Desearía que el gobierno simplemente pusiera la otra mejilla? ¿Qué Dresser, Alemán, López Dóriga, Loret de Mola, Belaunzarán, Hiriart, Sarmiento, Cárdenas, Zuckerman, Aguilar Camín, Pérez Gay y demás fauna que le acompañan, pudieran seguir golpeando, calumniando y además cobrando del gobierno?
No ingeniero, la democracia siempre tiene adjetivos o si no,es otra cosa, pero no una democracia. Votar es importantísimo, pero requiere, entre otros ingredientes, de la práctica ausencia de corrupción, de la participación ciudadana informada, de partidos políticos fuertes, de prensa libre y no chayotera, y, como decía el gran Carlos Pereyra, la democracia por debajo de ciertos niveles mínimos de bienestar, es una “fantasmagoría irrelevante”. Un país en el que la mayoría de sus habitantes vive en pobreza no puede consolidar un sistema democrático. Ese pequeño dato se le escapa al ingeniero Krauze.