UBÍCATE, NIÑO O LOS IMPUESTOS DEL PRESIDENTE…
¿En cuántas ocasiones el profesor ha sido expuesto para la burla, al escarnio o al sarcasmo de los demás? ¿Ha dolido? ¿Se ha acostumbrado? ¿Los responsables han sido castigados? ¿Suspendidos? ¿Exhibidos?
Quizá en los tiempos de antaño sólo los más atrevidos ponían en jaque a sus maestros, conocedores de los severos castigos a los que se exponían.
Por supuesto, eran otros tiempos, otras reglas, otros temples; otra educación, la del respeto, la responsabilidad, la de la cultura del esfuerzo, la solidaridad, el compromiso, el trabajo, el denuedo, la última gota de sudor…
En casa todos éramos colaboradores de una u otra forma, con algo o con alguien. Eran muy raros los ociosos en mi grupo de pares. Todos trabajadores, todas personas de bien.
Quizá usted ignora el deterioro económico que la pandemia ha generado en las finanzas de los docentes, del tiempo invertido en adaptar sus espacios de trabajo, el material, equipo de cómputo, redes y otros artilugios para el desempeño de sus labores académicas, sin considerar las horas de capacitación o el estrés que genera el desempeño cotidiano al estar en contacto con sus alumnos, las familias y sus directivos.
Le comparto que en casa, a partir de los conocimientos adquiridos tanto en secundaria como en preparatoria, he logrado disminuir gastos al paliar y responder a algunas necesidades que exige la puesta en marcha de las actividades académicas, las mías y las de cada una de las personas con quienes convivo.
Mientras realizo una nueva instalación eléctrica evoco las enseñanzas de mi profesor del taller de electricidad, y de los aprendizajes obtenidos, y que hoy me permiten ahorrar unos cuantos pesos. No soy un experto, mucho menos un versado en los tendidos del cableado, códigos, voltajes, amperes, aislantes, tierra, positivo o negativo, capacidad efectiva, carga, efecto Joule, equipo vivo o equipo muerto o factor de carga, pero al menos me ha permitido la iluminación o contar con energía para los equipos de cómputo.
Hemos logrado acuerdos tan irrisorios como el de respetar el área de trabajo de cada persona en casa mientras atiende sus clases virtuales, generando la mayor cantidad de silencio posible, adaptando los pocos metros cuadrados de construcción para una mejor respuesta a las exigencias docentes de cada nivel educativo, sin incluir el desgaste económico que ha generado el adaptarse a esta nueva normalidad. Y sobre todo, el de mostrar empatía, respeto y atención para el docente que dirige el aprendizaje.
En síntesis, generamos un ambiente propicio para la recepción y construcción de los aprendizajes, adaptando los espacios, logrando acuerdos, tácitos o explícitos, exigiendo y brindando respeto a las actividades de cada uno de los integrantes de la familia, y en general, facilitar el trabajo del profesional que se encuentra detrás del monitor.
Estaría de más mencionar el costo elevado en el suministro de energía eléctrica en el mes pasado. Ubicado fuera del rango de consumo para el mismo periodo en años anteriores. Incluso, he pensado contratar otra línea para el servicio de internet que pueda responder a las demandas de conectividad, lo que supone el absorber otro gasto por cuenta propia en mis finanzas deterioradas.
¿Y en el caso de los memes, de los mames y de los vídeos en los que se exhibe sólo una parte de la realidad, cortada, tergiversada, manipulada y encaminada de forma deliberada a la denostación del profesor, por acciones de particulares a quienes no los alcanza la sanción de antaño? ¿A ellos no les merece el escándalo, ni el infortunio, la suspensión o el despido?
Si los esfuerzos por evidenciar los errores del profesorado fueran equilibrados al poner el esfuerzo y los sacrificios que realiza cada uno de manera particular o los obstáculos que tiene que vencer, o en última instancia, enfocar esos esfuerzos y habilidades en exigir y posicionar a la educación como una herramienta clave en el desarrollo del país, el nuestro sería una utopía de nación donde “mana leche y miel”. Se construiría otro México.
Experiencias de compañeros docentes, incluso en la propia, cuentan que algunos intrusos se escabullen entre los salones virtuales para grabar y evidenciar, con la finalidad de denostar, a partir de algún aspecto físico, de habilidades y debilidades de quien dirige la lección.
Son acciones que, incluso, los propios alumnos permiten —en acuerdos soterrados con individuos con intenciones deliberadas y ajenas al aprendizaje— con la esperanza de saltar a la fama como “tiktokers” o “youtubers” en tiempos del COVID-19.
A ellos no les alcanza el escarnio ni el juicio mediático.
Tampoco se les puede exigir algo que no tienen. Valores como el respeto, la solidaridad, la empatía se encuentran muy alejados y ajenos en su lenguaje y sólo quedan palabras altisonantes, soeces, monosílabos indescifrables, insolencias y una actitud, por demás, licenciosa.
A estas acciones, propias del ámbito escolar, se suma a la acciones de padres de familia que ven como un tiempo mal invertido el que han pasado junto a sus retoños. Y entonces, la labor del docente se extiende también para explicarle al padre de familia, con la insolencia propia de un perdonavidas y que tampoco se queda atrás en acciones de escarnio en contra de la labor del docente de sus hijos quienes beben y respiran este ambiente contaminado de quien no está dispuesto a propiciar la normalidad mínima para favorecer el aprendizaje.
¿Qué tan difícil será decir: ubícate, niño; ponga atención a la clase, respete a su profesor, no copies la tarea o realiza un esfuerzo más? Si los padres de familia son capaces de comprarle la última novedad en videojuegos o accesorios de tecnología de punta para que el párvulo disfrute de sus juegos en línea, ¿Por qué no invertir en la educación de sus retoños? La respuesta es muy simple, con los videojuegos se entretienen solos. Con las clases en línea, el padre también está obligado a responder durante el pase de lista.
En otro orden de ideas, el hecho de que el presidente de la nación más poderosa del mundo sólo pague la irrisoria cantidad de 750 dólares en impuestos federales al año, o que en otros no pagara nada debido a que reportó pérdidas colosales, debe poner a pensar al electorado estadounidense en vísperas de las elecciones para renovar al inquilino de la Casa Blanca.
Lo anterior, —un profesor en el país del American Dream pagó más de 7 mil dólares; un bombero, más de 5 mil; o las enfermeras, más de 10 mil dólares anuales— no se puede comprender cómo es que el titular de la Casa Blanca esté dispuesto a pagar menos a pesar de los dividendos que le representan el ser “El magnate”, o uno de los hombres más ricos del mundo.
Por evasiones fiscales menores, muchas personas migrantes indocumentados han sido deportados o ciudadanos norteamericanos han sido llevados a juicio y sus bienes rematados para garantizar la reparación del daño al fisco del país de ensueño.
En los Estados Unidos de América, es hora de pensar en un nuevo inquilino que sí pague sus impuestos como lo ordena la ley.