He sido testigo de la brutalidad policiaca en diversos lugares del país, de sobornos, amenazas y abuso de autoridad. En Veracruz, la Ciudad de México o Tijuana, Nueva York o San Diego: la policía abusa del uniforme y de la autoridad conferida por el Estado.
Recién salía de la universidad —después de clases— cuando una decena de policías tenía sometido a uno de mis alumnos que gritaba por auxilio al ser lastimado por la llave que un oficial le estaba aplicando en el brazo derecho mientras le provocaba asfixia en el cuello.
No me gusta ir a donde no me llaman, pero el chico me reconoció y gritó con más fuerza: ¡Profe! ¡Profe!
Me acerqué de buena manera con los oficiales, quienes con su peculiar manera de atender a la ciudadanía, me pidieron no entrometerme porque también a mí me tocaría.
«— Eso lo veremos —contesté envalentonado.
Un oficial intentó someterme, le pedí que ni siquiera se atreviera ponerme las manos encima mientras llamaba por teléfono a un amigo que se encontraba laborando en el ayuntamiento. En tanto lo localizaban era transferido de una línea a otra, de una secretaria a otra. —Es urgente —indiqué.
«— ¿A dónde llamaste? —me preguntó uno de los oficiales.
«— A presidencia —dije. El chico es un estudiante, no es un maleante, no estaba haciendo algo ilícito, si fuera así lo deberían poner a disposición de las autoridades correspondientes.
«— Estaba infringiendo el reglamento de tránsito, —dijo el policía —un poco más calmado.
« — ¿Un peatón? —Sí —comentó. —Estaba grabando con su cámara de video y eso molesta a las personas. Nos reportaron que alguien estaba grabando y por eso acudimos de inmediato a atender la emergencia. Quería reírme. —Aparte se portó grosero. Nos dijo que tenía derechos y que no se le podía detener.
«— Y es cierto —dije. A menos que se levanten los cargos pertinentes… —Pues eso lo determinará el juez, lo pondremos a disposición, lo llevaremos detenido.
«— Me tendrán que llevar con él, debo acompañarlo. No se les vaya a extraviar en el camino. Opté por subirme a la parte posterior de la patrulla. Ya mi alumno estaba esposado al vehículo.
Los oficiales no atinaban ponerse de acuerdo: — Si lo llevamos. — No lo llevamos. —Está interfiriendo con nuestro trabajo de vigilancia. Razones más, razones menos.
«— No lo puedo llevar —me comentó un oficial. Tiene que irse por su cuenta. Lo siento, o me llevan o lo liberan. Fui testigo de cómo lo tenían sometido.
Ya los ánimos estaban candentes en el cuerpo policiaco. Lo último, me pidieron subirme en el asiento trasero de la patrulla. Me aclararon que no iba detenido y que la suerte de chico estaba en manos de un juez. Uno de ellos bromeó para relajar los ánimos.
Llegamos a la delegación y el policía de guardia pidió mis datos y la razón de mi detención. Indiqué mi nombre y la edad. De pronto se acercó uno de los oficiales de la peripecia y le pidió al de guardia que omitiera mis datos. —Me está acompañando —le dijo, mientras me ubicaba en una zona segura lejos de los otros maleantes.
Dos oficiales entraron primero con el juez, luego le pidieron al estudiante pasar. Cerraron la puerta, no me dejaron entrar. Minutos después lo liberaron.
«— El juez me regañó. Me dijo que existe un reglamento y que para grabar debo contar con todos los permisos. Que por esta ocasión me la pasaba —comentó mi alumno.
Mi móvil no dejaba de sonar. Amigos abogados se ponían a mi entera disposición. Algunos ya se acercaban a la delegación, otros más realizaban llamadas “más arriba” para apoyarme en lo que fuera. Les comentaba que no era necesario, que no pasó a mayores. Les agradecí la solidaridad.
Ya en confianza, el oficial de la broma se acercó conmigo y —me dijo: —dígale que se porte bien. El policía cuenta con diversas herramientas para someterlo, dejarlo inconsciente o incluso provocarle un daño mayor —ya se alejaba.
«— No le cuesta nada, profesor. —Además, respecto a su llamada, ya recibimos las indicaciones. Puede irse tranquilo.
Ni qué decir como tratan los inspectores de comercio, apoyado por la fuerza pública, a los vendedores ambulantes en el centro histórico de Morelia, o los sobornos que exige la policía de la Ciudad de México a los conductores que tienen la desgracia de topárselos en la esquina, escondidos.
En Tijuana también protestaron por los abusos cometidos por las fuerzas policiacas. Lo mismo que en Jalisco, las fuerzas del orden han sido señaladas como responsables en el uso excesivo de la fuerza.
La gota que derramó el vaso ha sido la saña y la brutalidad policiaca —como bestias feroces en contra de su víctima— en contra de la humanidad inerme, indefensa de Melanie, adolescente que se manifestaba en contra de la misma brutalidad policiaca de la que fue objeto.
Las patadas en contra del cuerpo, principalmente las recibidas en el rostro, no encuentran justificación alguna, ni siquiera en el nuevo manual de procedimientos para el uso de la fuerza que aún no se escribe, en el gobierno de Claudia Sheinbaum.
¿Qué justificación podrían ofrecer los policías cesados por el uso excesivo de la fuerza en el cuerpo de Melanie? ¿Constituía una amenaza a su integridad? Melanie ya estaba en el piso, sometida. Aun así, las patadas le llovieron.
Espero que la justicia se haga presente. Tanto por la muerte de Giovanni López, como por la de Floyd y la brutalidad en contra de Melanie y los detenidos de forma ilegal en Jalisco.
Por lo pronto, lo más sano que puede hacer Alfaro, el incendiario, ante las desapariciones forzadas que ya son investigadas por la CNDH, y la CEDH y las detenciones ilegales es renunciar al cargo.
No es posible que no se pueda ejercer el mando en esta situación crítica y acuse razones distintas a su gobierno para deslindarse de su responsabilidad. Y las disculpas ofrecidas en nada sanean la brutalidad de los policías en Jalisco ni reparan los daños ya causados.
Lo mismo sucede en la unión americana, las protestas seguirán. Y las minorías raciales no pueden dejar pasar esta oportunidad para poner en la mesa la agenda de la igualdad de oportunidades y el cese de la brutalidad policiaca en contra de las minorías.
Deseo, y por mucho, que no se repita la ola de agitación que cimbró a la Ciudad de Los Ángeles en 1992, por las mismas razones: las protestas de antaño tienen en el fondo, el mismo motivo, el racismo. Y la gente inocente es la menos culpable.
A las decenas de afectados, les recomiendo cambiar el dolor y la ira por un nuevo amanecer en igualdad de circunstancias, para todos.
Luchemos por la justicia, lo demás se da por añadidura.