Este domingo 5 de abril Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presentó el “Informe del Presidente de la República al Pueblo de México”. En ninguna de las anteriores ocasiones se había generado tanta expectación en torno a este tipo de comunicación que el presidente realiza cada tres meses. Obviamente se debía a la situación crítica que padecemos a raíz de la pandemia por el Covid-19.
En primer lugar, fuimos testigos de un cambio radical en el formato de este tipo de eventos. No hubo público, no estuvo el gabinete. Un solo hombre frente a la Nación, frente a sus adversarios y frente a sus seguidores, de manera virtual. Recordemos que anteriormente tras cada frase los presidentes eran aplaudidos a rabiar. Eso quedó atrás, para bien. Hasta se medían las veces que eran interrumpidos: se le llamaba el ‘aplaudómetro”. Mientras tengamos un sistema presidencialista, cada gesto y cada palabra, serán motivo de señalamiento. Hoy son los tiempos del Covid-19.
Creo que había una gran expectativa, sobre todo por lo que se escribió y difundió previo al evento. Se olvidó que la cita era para escuchar un informe y no un plan detallado para enfrentar la crisis. Sobre todo, ciertos grupos del sector empresarial y algunos de sus voceros, habían exigido un “cambio de rumbo” “un golpe de timón de 360 grados”, así como cambios en el gabinete. Y hasta en un descuido, que AMLO renunciara. Sí, por absurdo que pareciera, muchas voces pedían su salida. Claro, todo a nombre de la democracia y para “salvar al país”. Lo del giro de 360 grados quería decir de manera literal, volver a lo que se tenía antes del nuevo gobierno. Para estos sectores de oposición, el informe fue una verdadera desilusión: su conclusión fue que no se dijo “nada”. No se anunció lo que se deseaba, al contrario, se reiteró que la salida a la crisis sería a partir de las políticas impulsadas por AMLO desde el 1 de diciembre de 2018.
Estamos hoy en México ante una clara disyuntiva: o aplicar las recetas con las que se enfrentaron las crisis de 1982, 1987, 1994 y 2008-9 o hacerlo con un modelo diferente, y que viene impulsando el gobierno de AMLO. Estamos ante dos proyectos de Nación.
En el primer caso, las crisis que se expresaron en graves recesiones de la economía, fueron paliadas con el aumento de deuda externa. Se trató de inyectar cuantiosas sumas de recursos para apuntalar a las grandes empresas con el pretexto de que con ello se reactivaría el empleo. Incluso, se decidió transformar deuda privada de los bancos en deuda pública (el tristemente célebre Fobaproa -Fondo Bancario de Protección al Ahorro-, fundado en 1990). Subieron los impuestos y entre los efectos más negativos se devaluó el peso y se incrementaron todos los servicios y productos gubernamentales, como las gasolinas. En síntesis, el objetivo fue apuntalar a los empresarios a costa de un aumento indiscriminado de la deuda externa.
En la propuesta de AMLO, se apuesta por la reactivación de la inversión pública, la generación de empleos y la inyección de recursos a los más pobres por medio de los programas sociales en marcha. Adultos mayores, jóvenes y campesinos. Al mismo tiempo se trata de brindar servicios de salud para la población más vulnerable invirtiendo en una infraestructura heredada en pésimas condiciones. Se apuesta también por mayor austeridad en la administración pública, utilizando los recursos de los fideicomisos públicos cancelados.
Sin embargo, pese a los anuncios de apoyar a las micro y pequeñas empresas, éstas se encuentran en una situación muy vulnerable junto con el sector informal que incluye al 57% del empleo (más de 31 millones de personas). A ello se suma que los efectos negativos de la crisis causada por factores externos (la pandemia del Covid-19), se manifiestan en la parálisis de todas las actividades y exigen acciones inmediatas. La paradoja sin embargo es que cualquier tipo de política requiere tiempo para impactar positivamente en las actividades económicas y sociales.
Lo peor de la pandemia es que no parece cercano el momento en que la población salga del confinamiento y se reactive la vida del país. Estamos así ante una carrera contra el tiempo. Pero con todo en contra.