Sin rumbo || Transiciones
Los críticos del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) han entrado a una carrera sumamente peligrosa, para ellos y para el país en general. Se han enganchado en una dinámica donde la radicalización de sus posiciones anti AMLO se evidencia en un desprecio profundo a toda iniciativa o política gubernamental. Es más, la han tomado personal contra el presidente y su visión se ha vuelto polarizada en extremo.
Toda democracia requiere de partidos políticos fuertes, consolidados, que representen a un segmento de la población. Son la vía idónea para generar una oposición que sirva de contrapeso al poder. Al lado de los partidos políticos debe haber asociaciones ciudadanas, prensa independiente y medios de comunicación profesionales. La academia también suele jugar un papel importante con sus posicionamientos frente a los problemas del país.
La mala noticia es que lo anterior no existe en México; o quedó reducido a un papel marginal después del apabullante triunfo de AMLO a lo largo y ancho del territorio (solo recuerdo que ganó 31 de las 32 entidades y con amplios márgenes; salvo el estado de Guanajuato). Los partidos quedaron sumidos en una grave crisis y algunos siguen dando tumbos; me refiero a los tres principales y que habían detentado el poder durante las últimas décadas: PAN, PRI y PRD. Muchas de las asociaciones civiles dependían de los recursos públicos y de su alineamiento con el poder. Al cortarse los recursos gubernamentales, han sobrevivido en medio de graves problemas económicos. La prensa y los periodistas, acostumbrados a recibir cuantiosos recursos desde el poder para atacar a los adversarios de la burocracia en turno, avalar la corrupción o callar ante los poderosos, viven en una situación cuya única forma de supervivencia parece ser atacar a AMLO y lo que él representa. Envueltos en el manto del “periodismo independiente”, han emprendido una verdadera cruzada con el ánimo, esta es hipótesis mía, de que el gobierno les vuelva a abrir la llave de los recursos económicos.
Por último, la “academia”, y no toda por cierto, ha comprado la idea de que su deber es criticar todo lo que emane o se relacione con AMLO. Es la “postura buena onda” lo que les permitirá volver a saborear los recursos provenientes de proyectos que les generaban ingresos. Hoy, reciben sus “extras” de parte de los medios de comunicación por las “denuncias” en sus columnas. Y ruegan porque termine el periodo y gane de nuevo algún candidato del PRI o del PAN. Se han atrincherado en universidades y centros de investigación y conservan el control de dichas instituciones; son sus reductos desde donde atacan a López Obrador.
Pero lo que no existe son liderazgos que integren a esas oposiciones individualistas y ególatras. Eso genera que todos se sientan generales. Y con derecho a dictar cátedra. El gran problema es que sólo coinciden en su odio visceral a AMLO. Es lo que los une. Y en esa dinámica crece y se multiplica su simplicidad para valorar los problemas actuales. He escuchado las posiciones más increíbles y delirantes. La semana pasada alguien ya caracterizaba al régimen como totalitario y fascista; otro más hablaba de que estábamos entrando a una “recesión democrática”. Desde luego que todo es obra de la perversidad de “López”, el “Mesías”. Han extraviado la brújula. Me pregunto con preocupación: ¿cuánto falta para que esa oposición, esa derecha histérica, haga un llamado a la población a tomar las armas y alzarse contra el gobierno actual? No es broma, lo digo con base en lo que leo, escucho y veo. Así son los procesos de radicalización. Ante la falta de esperanzas para sus causas y ver que todos sus privilegios se han ido perdiendo, la desesperación conduce a formas extremas de violencia verbal. Espero equivocarme, pero faltan cinco años para que concluya el gobierno actual. Un lustro parece mucho y no creo que surja una oposición razonable que impida la radicalización absurda de los enemigos de López Obrador. Me gustaría equivocarme.