Transiciones|| Víctor Alejandro Espinoza

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Sumar y restar

El sistema de partidos políticos en México no responde a las necesidades de consolidación de la democracia. Para hablar de solo uno de los rasgos problemáticos, podemos referir a la falta de identidad con principios y valores que hasta mediados del siglo XX le dieron sentido a su llamado a cambiar o transformar la realidad. Hoy los partidos carecen de un lugar definido dentro del espectro político. O si en los hechos se identifican con ciertos intereses, tratan de ocultarlo, difuminándose esa identidad y llevando a los ciudadanos a la conclusión de que “todos son lo mismo”.
A mediados de los años ochenta, el politólogo polaco, Adam Przeworski, publicó una obra fundamental: “Capitalismo y socialdemocracia”. En este trabajo planteó una de los dilemas centrales o camisas de fuerza de los partidos políticos contemporáneos: siendo su objetivo alcanzar el poder, se movieron hacia el centro ideológico para evitar perder clientelas. Es decir, continuar apelando a una fuerte identidad con ciertos grupos sociales los harían perder elecciones; por ello se fueron hacia el centro y en ese espacio todos coincidieron. De tal manera que hoy es difícil distinguir las diferencias, así tengan siglas e historias diferentes. Su único objetivo es ganar elecciones; los principios ideológicos pasan a segundo plano. Por ello los ciudadanos tienen mucha razón al expresar: “todos son lo mismo”.
Esta pérdida de identidad y de sentido de lucha por determinados ideales, se encuentra en la base de la pobre valoración que de ellos tienen los ciudadanos. En todos los trabajos de opinión los partidos políticos ocupan los últimos lugares en la evaluación de las instituciones públicas. A la falta de identidad con las causas de determinados grupos sociales, se suma la corrupción en la que se han visto envueltos prominentes políticos, esos sí identificados con ciertos partidos y la facilidad con la cual saltan de un instituto político a otro. Para el ciudadano común, esa clase política no merece su reconocimiento o aprobación. Así, la vida pública, la deliberación, se reduce a la diatriba y a la banalización: la política es una mala palabra, un ejercicio sucio, corrupto, indigno.
No es casual que a partir de 2015 en México, un sector de la sociedad viera con buenos ojos el surgimiento de la figura de los candidatos independientes. En ese año electoral, fueron elegidos 6 candidatos: 3 alcaldes, 1 diputado local, otro federal y el gobernador de Nuevo León. Sin embargo, rápidamente llegó la desilusión ciudadana. La explicación fue que, con alguna excepción, todos eran políticos tradicionales reconvertidos como “ciudadanos”. Incluso tres de ellos buscaron otro cargo de representación en la elección siguiente y los votos no los favorecieron.
Los estudios sobre abstencionismo muestran que una de las variables independientes que lo explican es la valoración negativa de los partidos y de la clase política. Pero parecería que los responsables no se percatan de ello. Eso explica el reciente anuncio de formar alianzas para buscar la mayoría en la Cámara de diputados y en algunas de las entidades en las que se juega el cargo de gobernador. PAN, PRI y PRD, han anunciado la intención de aliarse para derrotar a Morena. Lo que llama la atención es que sin tapujos se declara que el objetivo simplemente es arrebatarle escaños al partido en el poder. No hay referencias a un programa o a políticas distintas a las que se impulsan actualmente. Se trata de una alianza exclusivamente electoral.
Para un sector importante de la sociedad, lo que evidencian este tipo de coaliciones es únicamente el deseo de recuperar el poder y para ello se unen partidos políticos que se suponían distantes en sus proyectos, en sus reivindicaciones ideológicas y sobre todo en su historia. Para otros, es la confirmación de que ya estaban aliados desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, alianza que se reiteró mediante la firma del Pacto por México el 2 de diciembre de 2012. Es difícil que la coalición “antinatura” rinda los frutos pretendidos por sus impulsores. Es muy probable que incluso reciban menos votos y ganen menos curules y cargos locales que si fueran aliados con partidos más afines o solos. Es una apuesta temeraria y que, en todo caso, pone en peligro la consolidación de la incipiente democracia mexicana. Los dirigentes políticos tienen una mirada muy cortoplacista. Lástima.

 

 

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